Capítulo 11.

Despertó sobresaltada por el chillido mortificante de la alarma de su teléfono celular. 5:30 de la mañana y Sofía Martínez se dispuso a empezar el día, a pesar de que el sol ni siquiera se había asomado en el horizonte. Un segundo después empezó la ansiedad, fría, espesa y demandante, contaminando cada célula de su cuerpo, cada gota de su sangre, hasta dejarla completamente sometida a sus deseos. Quería creer que podía ignorarla, minimizarla, dejarla perderse para siempre en las tinieblas del olvido, pero era inútil porque mientras más deseaba rebelarse, más se esparcía la ansiedad por su cuerpo, haciéndola su esclava, exigiendo, demandando, requiriendo su dosis, su medicina, para volver a sentir algo más que miedo y debilidad. Miró fijamente a un punto fijo en la pared, quizás eso la ayudaría a relajarse y a pensar en otra cosa, pero la ansiedad no se iría sin dar batalla. De repente el punto en la pared en el que había concentrado su vista, empezó a tornarse oscuro, primero con un punto a penas visible y luego ramificándose como una telaraña de sombras que se diseminaba hasta oscurecer por completo la habitación. Pero aún no había terminado. La pared, ahora contaminada de oscuridad empezó a caerse a pedazos, grano a grano, luego piedra a piedra y luego ladrillo a ladrillo, hasta dejar paso a la ansiedad con su rostro real y tangible y con sus dientes filosos y repugnantes que amenazaban con tragársela para siempre.

Sofía cerró los ojos con fuerza, no quería ver los ojos de la bestia, no quería enfrentarse a ella, no quería sufrir, sólo quería estar bien, feliz y satisfecha, sin pensar en nada más. Cuando abrió los ojos, la habitación estaba en perfecto orden, no había oscuridad ni monstruos en la pared, pero había algo que definitivamente no estaba bien. Cuando levantó sus manos a la altura de sus ojos se dio cuenta que estaba temblando. Era la bestia, la ansiedad, que reclamaba lo suyo y no descansaría hasta que lo consiguiera. Sofía se sacudió las sabanas y corrió hasta la mesa del tocador donde tenía las pastillas que le había comprado a Julio el día anterior, sin darse cuenta que había hecho caer el teléfono celular, que había cesado su alarma chillona con un golpe seco y limpio contra el piso, frío por el aire gélido de la madrugada.

Buscó como una loca las pastillas que le había entregado Julio el día anterior. Había una sola, había pasado por alto que había tomado una antes de dormir. En los primeros días de su adicción, una pastilla los fines de semana había sido suficiente para relajarse por completo del estrés de la Universidad y de las prácticas, pero paulatinamente empezó a subir la dosis, hasta el punto en que ahora llegaba a tomar hasta 3 al día. “Y el estúpido de Julio solo me dio dos” pensó ella. No podía arriesgarse a que la ansiedad, la bestia, la sorprendiera en blanco. Tenía que tener al menos una de respaldo. Volvió a meter la pastilla en el bolso, antes de tener la oportunidad de arrepentirse, se desnudo a las carreras y abrió la llave de la ducha. Aún temblaba, pero el tacto del agua sobre su piel la distraía lo suficiente como para mantener a la bestia controlada, al menos por el momento.

Sin darse cuenta empezó a pensar en Alex, en su cabello color miel, en su mirada cruel e intensa. En su cuerpo delgado y fuerte, en sus manos, en su boca, e intentó imaginar el sabor de su lengua en medio del agua y en todo lo que ocultaban sus camisetas estampadas y sus jeans holgados. Cuando abrió los ojos ya había aplastado a la bestia con el peso del orgasmo que se había procurado ella misma.

Salió del baño con normalidad, secando su cabello con delicadeza y recogiendo su teléfono celular del piso. Tenía un mensaje en el buzón de su correo electrónico. Tenía como asunto “¿Quién es el verdadero culpable de lo sucedido ayer en la Universidad de Sucre?” y el remitente era un tal 24092013@airmail.com  y sólo contenía un archivo de audio como contenido. Impulsada por la curiosidad, Sofía tocó el botón de reproducir. Se escuchó una voz modificada, como cuando alguien habla luego de tragar el helio de los globos flotantes.

“En el día de ayer, 24 de Septiembre de 2013, dos bombas fueron plantadas en la Universidad de Sucre, ocasionando el caos que dejó cuatro estudiantes muertos y muchos más heridos. Te han hecho creer que un estudiante ha sido el responsable. No te equivoques. Hay mucho más en juego, mucho que no se conoce, hay gente que quiere meter la mano en los millones de pesos que recibe la Universidad cada año. Escucha la siguiente conversación y saca tus propias conclusiones.”

Sofía escuchó la grabación, una conversación telefónica, sin dar crédito a lo que oía. Tenía que estar preparada, aquello era el inicio del fin.

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Sentado en el asiento del copiloto de su nuevo Suzuki Grand Vitara, Pablo Emilio Santis observaba con detenimiento la tarjeta de memoria que su conductor le había traído la noche anterior. Le parecía fascinante que algo tan pequeño pudiera tener tanto poder.

-¿Qué tanto le mira a eso, Patrón?- preguntó Nacho, mientras conducía el vehículo.

-Estaba pensando en cómo algo tan pequeño, puede ser tan poderoso.

-¿Y qué es lo que tiene esa tarjetica?

-Una llave, Nacho, una llave para el éxito.

-No me diga que se va a meter de ladrón de almacenes, Patrón.

Pablo no pudo contener la risa.

-Claro que no, mi Nacho, es otro tipo de éxito del que estoy hablando.

-Me alegra mucho, Patrón ¿Por dónde me dijo que tenía que doblar?

-Por allí, por el campano- dijo Santís señalando con el dedo el camino a tomar.

El Conjunto Residencial “Villa Campania” consistía en 3 torres rectangulares en forma de U, alrededor de una zona verde con piscina justo en el centro, las muralla frontal del conjunto, construida para mantener a raya a los ladrones de la zona sur, recibía la sombra reconfortante de un campano enorme, último vestigio del bosque seco que alguna vez existió en aquel lugar. Fue al lado de ese campano que Nacho estacionó el vehículo y donde Pablo Emilio Santís se dispuso a cumplirle la cita que Antonio Cabrero le había puesto la noche anterior.

Había sido el mismo Pablo el que se había puesto en comunicación con “Toño”, luego de tener en su poder la tarjeta de memoria y comprobar que contuviera el video con las imágenes prometidas. Toño lo había invitado a desayunar a su casa en Villa Campania, con el único objetivo de tratar ciertas instrucciones que el Senador Rogelio Palmira le había dado el día anterior. Pablo sabía que Toño no había querido decirle nada para asustarlo, pero en definitiva, estaba seguro que no lo iban a felicitar por todo lo ocurrido en la Universidad de Sucre, especialmente en su posesión.

-Me esperas aquí, Nacho, no creo que me vaya a demorar- dijo Pablo Emilio bajándose del vehículo.

Se había vestido casual para la ocasión. Llevaba puestos un par de tenis color blanco y azul, unos jeans gastados, una camiseta polo sin encajar y por último unos lentes oscuros de diseñador que le habían costado un ojo de la cara. Caminó los pocos pasos que los separaban de la caseta de vigilancia a la entrada del conjunto.

-Buenos días, doctor- dijo el conserje sin conocerlo.

-Buenos días, el apartamento del señor Antonio Cabrero.

-¿De parte de quién, doctor?

-Pablo Emilio Santís.

-Ah sí, claro, doctor, por favor siga, lo están esperando. Siga, siga. Es en la Torre 1, el apartamento 4, pero siga doctor, no se me asolee.

Santís nunca había entrado a Villa Campania, pero le pareció que todos los que le había hablado de aquel conjunto residencial habían exagerado al decir  que “era como vivir en Miami”. Era un lugar muy bonito y lujoso, pero hasta donde él tenía conocimiento, en Miami la gente prestante no vivía apelotonada como ganado, compartiendo su espacio vital con arribistas y trepadores.

No le fue difícil encontrar el apartamento, un enorme 4 tallado en madera indicaba la puerta del primer piso de la Torre 1, donde lo esperaban sus anfitriones. La empleada del servicio no tardó en abrir la puerta, luego que él tocara el timbre con suavidad.

-Doctor Santís, por favor, pase, pase- dijo la empleada.

-¿El portero le avisó que venía en camino?

-Sí, doctor, pase, los señores lo están esperando.

Pablo Emilio siguió la dirección señalada por la empleada. El apartamento estaba pintado de un blanco inmaculado con una sala de visitas con muebles y un par de cuadros vanguardistas. El comedor estaba en la siguiente división, junto a las enormes puertas corredizas que daban acceso a la piscina. Sin duda la vista era exquisita.

Toño Cabrero leía el periódico, vestido con un traje de color negro y una corbata roja. Eloisa estaba justo a su lado, hermosa como siempre, con un traje enterizo de color rojo, ajustado al cuerpo, sin mangas, con la falda a la altura de la rodilla. Tenía el cabello amarrado en una cola de caballo, igual que Mariana Montegarza, la tarde mortal en que Pablo la había visto por primera vez.

A Santís no le gustó para nada que Eloisa se viera tan nerviosa.

-Buenos días, si me hubiesen dicho que era un desayuno tan formal, me hubiese vestido para la ocasión.

-¡Pablo Emilio!- dijo Toño Cabrero levantándose para darle la mano- ¿Cómo estás? Por favor siéntate. ¡Niña, por favor un tinto para el doctor Santís! Pero siéntate, no, nada formal, sólo que tengo muchísimas cosas que hacer y pues es mejor estar listo de una vez.

-Sí, me imagino. Eloisa, Buenos días, que hermosa te ves esta mañana.

-Buenos días, Pablo- dijo ella sin mirarlo a los ojos.

-¿Qué quieres de desayunar?- preguntó Toño como el buen anfitrión que era.

-El tinto está bien.

-¿No quieres unos huevitos revueltos? ¿Unos patacones? ¿Una arepita?

-No, gracias Toño, la verdad quisiera que tratáramos nuestro asunto de una vez por todas.

-Aquí tiene, doctor- dijo la empleada colocando el tinto justo frente a Santís.

-Tania, tráeme el bolso por favor- dijo Eloisa inexpresiva- Necesito que vayas a la tienda y traigas las cosas para el almuerzo, ¿tienes la lista que hicimos esta mañana?

-Sí, señora.

-Toma, esto será suficiente- dijo Eloisa entregando dos billetes de $50.000 a la empleada.

Santís escuchó los pasos de la empleada seguidos del sonido de la puerta cerrándose.

-Gracias, mi amor- dijo Toño- esto no se puede hablar en frente de los perros.

-Bueno, estoy escuchando Toño- dijo Santís.

-Para mí no es fácil decirte esto, Pablo, pero el Senador Palmira no está contento con todo lo que ha ocurrido en la Universidad, esto tendría que haber sido una transición pacífica y se convirtió en un caos.

-No podía ser una transición pacífica, había un estúpido amarrado a la puerta de mi sitio de trabajo. Tenía que hacer algo.

-¿Y lo mejor que se te ocurrió fue meterle dos bombas a la Universidad? Tú sabes lo delicada que es la situación allí y no podemos darnos el gusto de perderla.

-Yo no hice volar nada.

-¿Crees que por haber enviado a alguien tienes las manos limpias? Teniendo en cuenta tu… indolencia, no creo que hayas tomado las precauciones para que todo esto no te estalle en la cara. El Senador Palmira por supuesto no quiere verse salpicado por TU desastre.

-Yo no hice volar nada, y no hay ningún desastre. Kike Narváez está en la cárcel por lo sucedido en la universidad y no hay ninguna prueba que me acuse.

-Eso es lo que tú crees, en esas universidades hay muchos muchachitos tontos tomando fotografías y videos ¿quién nos garantiza que no van a publicar una prueba hoy, mañana o dentro de un mes?

-Eso no va a ser posible.

-No puedes garantizar nada, Pablo Emilio, el senador Palmira quiere que renuncies de inmediato a la rectoría de la Universidad y te largues de Sincelejo de una vez. Está dispuesto a pasarte una mensualidad por un año, hasta que te instales en donde tú quieras… España, Estados Unidos, Japón… donde tú quieras.

-O sea que me quieren exiliar.

-Tómalo como una oportunidad de empezar una nueva vida. Tú sabes, de olvidarte de tu pasado… tan poco apropiado.

La tensión de la conversación se interrumpió por el sonido del timbre, seguida de unos golpes en la puerta.

-¿Ya regresó la empleada?- preguntó Toño.

-No puede ser ella, tiene llaves- dijo Eloisa levantándose de la silla.

Santís quedó observando a Toño Cabrero unos minutos y se preguntó si de verdad creía que era tan inteligente como creía. Eloisa no tardó en regresar.

-Buenos días- dijo la voz fuerte de un hombre.

Dos hombres monumentales con uniformes de policía entraron delante de la señora de Cabrera.

-Te lo dije, Santís, ya te vinieron a buscar- dijo Toño sonriendo.

-Estamos buscando al señor Antonio Cabrero- dijo el policía más grande.

-¿Qué?

-¿Es usted el señor Cabrero?

-Sí, soy yo ¿por qué? ¿Qué vienen a buscar en mi casa?

-Señor, tenemos una orden de captura en contra suya, por terrorismo, intento de homicidio y concierto para delinquir.

-Esto tiene que ser un hijueputa chiste- dijo Cabrero- ¿En qué momento hice yo todo eso?

-Usted está sindicado de la activación de dos artefactos explosivos en la Universidad de Sucre en el día de ayer. Por favor acompáñenos.

-¡NO! ¡Suéltenme, no se atrevan a ponerme las manos encima! ¡Yo no hice nada!

-Por favor, Toño, deja el escándalo, todo el mundo se va a enterar- dijo Eloisa pegada a la pared.

-¡Yo no hice nada! ¡Fue él, fue Pablo, él puso las bombas, yo lo sé, yo lo sé!

-Si tiene algo que declarar lo hará frente al fiscal, señor Cabrero- dijo el policía terminando de sacar a Antonio Cabrero de su casa para siempre.

Capítulo 10.

Inalterable. Así era la expresión de Camilo Naar mientras observaba impasible las burbujas que empezaban a aparecer rápidamente en el agua a punto de bullir. Tenía la mesa de la cocina firmemente agarrada. Era la manera de descargar todo el nerviosismo y la tensión que sentía en aquellos momentos. Casi sin darse cuenta había dejado su vida y su carrera en manos de dos muchachitos inexpertos e inmaduros. Si Juancho Pedroza se enteraba que él los había enviado a robarle la tarjeta de memoria con la prueba reina de la inocencia de Kike Narváez, no tardaría en echarlo por la puerta trasera de “El Manifiesto” como a un perro sarnoso. Pero no sólo pensaba en él, Freddy también estaba en peligro.

Camilo era un sobreviviente, no le tenía miedo a empezar de cero en ninguna parte, sabía del efecto que tenía en otras personas y sabía que no le resultaría difícil hallar otro empleo, pero Freddy no parecía de esos que se adaptaran fácilmente a la presión, ni a nada. No quedaría intacto si le tocara enfrentar a Juancho Pedroza frente a frente. Desde que había llegado al apartamento, el  muchacho no había hecho otra cosa que dar vueltas por la sala, mirar por la ventana y estar pendiente a la hora en su teléfono celular.

Era demasiado evidente que a Freddy le atraían los hombres. Camilo se había dado cuenta desde el momento en que lo invitó a pasar a su oficina, hacía ya varias semanas, por recomendación familiar; el muchacho lo había casi devorado con los ojos, además de los ademanes demasiado evidentes y el tono chillón de su voz, aún sin madurar por completo.

Freddy no tenía ni idea el efecto que causó en su primo en ese momento. Al verlo atravesar la puerta, así delgado, desgarbado y tan afeminado, el peso del pasado se apoderó de él. No quería ni siquiera recordar lo que había pasado antes del día en que decidió que el hecho que le gustaran otros hombres, no lo convertiría en una caricatura. Desde entonces asistía al gimnasio a diario, escogía muy bien su ropa y nunca se dejó crecer el cabello. Nunca nadie tendría porque deducir su orientación sexual con sólo verlo. Pero a Freddy parecía importarle tan poco todo lo que para Camilo era definitivo, que sintió un temblor en lo más profundo de sus cimientos. Freddy parecía perfectamente feliz así como era, vivía su condición de homosexual a cada segundo, sin sentarse a analizar qué era lo que pensaban las personas a su alrededor. Quizás, después de todo, podría aprender algo de él.

Camilo vertió el agua hirviendo en las dos tazas que ya tenía preparadas con azúcar y té de hierbas. Tenía que calmar a su primo, o terminaría por desgastar el piso de madera que tenía apenas dos semanas instalado.

-Toma, bebe esto para ver si se te calman los nervios- dijo Camilo ofreciéndole una taza a su primo lejano.

-¿Qué es eso? ¿Té verde? ¿Tú crees que me puedo dar el lujo de estar tomando vainas para adelgazar?

-No seas tan… bueno tan infantil, primito, es té de hierbas, para los nervios, no para adelgazar.

-Ah bueno, sí, porque esto es desesperante… ¿estás seguro que le dijimos a Karen que vinieran para acá cuando terminaran?

-Sí, Freddy, sí le dijimos. Sabe que con tu mamá en tu casa no se puede hablar de nada que no sea comidas familiares y esas pendejadas.

-¿Y tú le dijiste bien la dirección de la casa?

-Sí, Freddy, yo se la apunté en un papelito a Karen.

-¿Y si Alex no quiso ayudarle?

-Ya nos hubiese llamado, Freddy, ya cálmate y tomate esa vaina que se te va a enfriar.

Freddy se tomó un sorbo del té, hizo una pausa de cinco segundos antes de seguir hablando.

-¿Por qué no la llamamos?

-Ella está haciendo algo importante y no podemos estar interrumpiéndola cada cinco minutos como tú quieres.

-Ay bueno, ya… tocará esperar aquí y ya.

Camilo tomó asiento en el sofá color violeta que era el único mueble que adornaba la sala, junto a una mesita de noche que había comprado en el mercado de las pulgas.

-¿Por qué no te sientas y hablamos un poco?

-¿Hablar de qué o qué?

-Hablar, hombre ¿Por qué le tienes que buscar explicación a todo?

-Porque todo tiene explicación.

Camilo volteó los ojos en muestra de fastidio.

-Contigo no se puede, oye. No sé cómo te aguanta tu novia.

-¿Yo novia? Jamás.

Camilo tuvo que poner el té sobre la mesa, y tragar el té caliente a las carreras, antes de soltar la carcajada, no tanto por lo que había dicho su primo, sino por la forma en que lo había dicho. Quería ponerle una red a Freddy, para que revelara su orientación sexual, pero este no sólo la esquivo, sino que se hizo un traje de noche con ella, para luego salir desfilando.

-¿Novio?

-Algo así, pero eso no es de tu incumbencia; ahora vas y sales corriendo a decírselo a mi mamá ¿oíste?

-No te preocupes, tu “secreto” está a salvo conmigo.

-Eso espero ¿y tú?

-¿Yo qué?

-¿Cómo te aguanta tu novia?

-Yo no tengo novia.

-Me lo imaginé, que mujer se querría cuadrar con un tipo tan… bueno tan cansón como tú.

Camilo estuvo a una fracción de segundo de decirle la verdad, su verdad,  a su primo, pero unos toques ansiosos en la puerta del apartamento se lo impidieron.

-¡Llegaron!- dijo Freddy corriendo hasta la puerta.

En efecto, luego de dejar el té caliente sobre la mesa de centro y asomarse a la ventana, Camilo se dio cuenta que  una motocicleta justo se había detenido justo al frente de su casa. Karen estaba en el cojín trasero y en la parte de adelante un muchacho rubio que había visto en los retratos que su jefe tenía en su oficina. Era Alex Pedroza.

-¡Llegaron los dos!- dijo Freddy emocionado- ¡Karen lo convenció!

-Ya cálmate, oye, deja que lleguen.

Freddy abrió la puerta y esperó que los visitantes cruzaran el umbral de la puerta.

-Buenas noches- dijo Alex Pedroza en tono amigable- Freddy que gusto verte de nuevo, amigo.

-Gracias, Alex, mira te presento a mi primo, Camilo Naar.

-Mucho gusto, Camilo.

-Alex.

-Ajá ¿Y?- preguntó Freddy ansioso.

-Disculpen a mi primo por su intensidad, más bien siéntense- dijo Camilo cerrando la puerta- ¿Quieren algo de tomar?

Karen y Alex negaron con la cabeza, parecían nerviosos o ansiosos, una muy mala señal a los ojos de Camilo Naar.

-Ahora sí- dijo el periodista, sentándose junto a sus visitantes- Cuéntenme que pasó con la tarjeta de memoria ¿la encontraron?

-Sí, la encontramos, tal y como ustedes dijeron estaba en la caja fuerte del papá de Alex- respondió Karen.

-Bueno, pero ¿dónde la tienen?- preguntó Camilo.

-Ese es el problema, no la tenemos con nosotros. Mi papá nos sorprendió y se quedó con la tarjeta, se la entregó a un tipo que llegó a mi casa hace un rato.

-¡No puede ser!- dijo Freddy en tono de tragedia griega.

Camilo se llevó las manos al rostro, tratando de resignarse a la derrota inminente. Pero aún no estaba todo perdido.

-¿Juancho sabe de quién fue la idea?

-No, pero creo que sospecha de Freddy.

-¿De mi? ¿Y de mí por qué?

-Bueno, tú eres el único aparte de él que ha visto el video. Supone que tú estás detrás de todo esto o que le dijiste a alguien.

-¿Viste, Camilo, Viste? Ahora me voy a echar de enemigo a Juancho Pedroza.

-No te vas a echar de enemigo a nadie, Freddy- dijo Alex con voz tranquilizadora.

-¿Cómo así?- preguntó Freddy con los ojos llenos de lágrimas.

-Mi papá no quiere proteger a los que están detrás de todo esto.

-¿Entonces por qué no les dio el video?- preguntó Camilo.

-Está tratando de ganarse la confianza de gente muy poderosa, les está dejando creer que lo tienen comprado- dijo Karen.

-¿La misma gente que puso la bomba en la Universidad?- preguntó Freddy.

-No lo sabemos bien, todo es muy confuso.- dijo Karen.

-Sin el video no podemos hacer nada por Kike- dijo Camilo Naar, recostándose en el sofá y respirando profundo- Sino tenemos evidencia que pueda conducir al verdadero responsable, lo van a dejar preso. El video era la clave.

-Tenemos algo mucho mejor- dijo Alex, sonriendo, mientras sacaba un celular de su bolsillo- y lo tengo justo aquí en este teléfono.

-¿Qué es?- preguntó Camilo.

-Mi papá consiguió una grabación, y quiere que nosotros la publiquemos y la hagamos viral en las redes sociales- dijo Alex.

-No van a poder seguir acusando a Kike del ataque en la U- dijo Karen un tanto emocionada.

A Camilo no se le pasó por alto la expresión de desesperanza de Alex por un milisegundo antes de volver a tomar el hilo de la conversación.

-¿En esa grabación dicen quien es el responsable del atentado en la Universidad? ¿el autor intelectual?- preguntó Freddy nervioso.

-Sí, sí lo dicen- dijo Karen sonriendo.

-¿Y quién es o qué?

-Mejor que lo escuchen ustedes mismos- dijo Alex presionando el botón de play en la pantalla del teléfono celular.

Capítulo 9.

Vislumbraba el fulgor de la noche sincelejana a través de sus cortinas entreabiertas. Pablo Emilio Santís había dejado las ventanas descubiertas para poder fumar a gusto sin que el olor del cigarrillo barato se quedara pegado en todo el apartamento. De todos los vicios de pobre que aún le quedaban, el de aquel cigarrillo de cajetilla roja, era el único que no se había podido quitar. Había empezado a los 11 años, en Palmarito, el pueblo perdido de La Mojana en el que había nacido y crecido. Recordaba con resentimiento sus años en aquel lugar olvidado de Dios y de la suerte, donde los días eran tan parecidos unos a otros que costaba diferenciarlos entre sí. Su padre tenía una pequeña parcela donde cultivaba arroz en la temporada y su madre se dedicaba a cocinar lo poco que él conseguía.

Hasta el día de su graduación, Pablo había aceptado su vida aburrida y sin sobresaltos, hasta el día funesto en quela chalupa que conducía a Mariana Montegarza se quedó varada en la orilla del pueblo. Como era costumbre los domingos por aquella época, había pasado toda la mañana jugando fútbol con sus ahora ex compañeros de colegio para después calmar el calor con unas cervezas en la cantina del Viejo Jaime en la orilla.

La tertulia con sus amigos había girado en torno a los planes que tenían para el futuro. Pablo estaba platicando sobre la posibilidad de meterle el hombro a la parcela de su papá, para ponerla a producir todo el año, cuando vio a unos cuantos metros la chalupa avanzando a remadas hasta alcanzar la orilla. La primera que bajó fue ella, Mariana.

En medio de la sala del apartamento y fumando el cigarrillo de cajetilla roja, la vio en medio de sus recuerdos tal y como se veía aquella tarde. Llevaba un sastre blanco, impoluto, ceñido al cuerpo que dejaban ver sus piernas perfectas, pálidas y exquisitas. Llevaba el cabello negro carbón, recogido en una cola de caballo, justo debajo de un enorme sombrero que la protegía de las inclemencias del sol mojanero.

Sin prestarle atención a sus amigos, a pie descalzo y con una camiseta y una bermuda más viejas que él mismo, salió corriendo a ayudarle a aquella extraña a bajar de la chalupa. La mujer, aprovechando la voluntad del joven, le pidió que bajara también su equipaje, mientras el conductor intentaba darle una solución al problema. Pablo se preguntaba que hubiese sido de él, si el conductor en realidad hubiese resuelto el problema y a Mariana Montegarza no le hubiese tocado pasar la noche allí.

Los demás pasajeros, todos de Majagual, el destino de la chalupa, habían encontrado un amigo o un pariente donde quedarse. Mariana, guardando siempre su compostura, le pidió información a Pablo, quien sin dudarlo le ofreció su casa y su hamaca para que pasara la noche. Ella aceptó de inmediato. La Mariana que entró a la casa de Emil Santis, el padre de Emilio era completamente diferente al ángel inalcanzable que había descendido de la chalupa aquella tarde. Era capaz de reír, de compartir con sus anfitriones, que la recibieron como a una hija y hasta de comer con los dedos. Iba en una misión humanitaria a Majagual, según le contó a Pablo y a sus padres, y tenía la obligación de reportar los daños en aquel municipio luego de la última inundación.

A Mariana la pusieron a dormir en la cama que ocupaban los padres de Pablo, mientras ellos durmieron en la misma habitación, en la hamaca del muchacho, apretujados como serpientes. Pablo durmió afuera, expuesto a la intemperie y a los mosquitos, pero sin arrepentirse ni por un segundo de haberlo hecho.

Había logrado conciliar el sueño cuando sintió una exhalación ansiosa tocando su rostro. Por un momento creyó que las brujas de las que tanto hablaban las señoras mayores del pueblo habían llegado hasta su hamaca, volando sin piernas, reclamándolo. Pero al abrir los ojos, estaba ella, Mariana, desnuda y con el cabello cubriendo apenas sus senos erectos.

-Eres el hombre más lindo que he visto en mi vida- fue lo único que dijo.

Pablo todavía no entendía como había hecho aquella noche para quitarse la ropa e ignorar los mosquitos, para descargar la lujuria acumulada en toda su adolescencia con aquella desconocida que parecía estarlo disfrutando mucho más que él. Aunque habían pasado años desde aquel suceso, Pablo aún se excitaba al recordar cada suspiro, cada jadeo, cada gota de sudor, cada golpe, cada segundo que pasó en aquella hamaca con Mariana y donde por un segundo imaginó que quizás el amor sí era posible.

Al día siguiente, cuando despertó, Mariana Montegarza se había marchado no sólo de su casa y de Palmarito, sino de su vida, para siempre.

Por más que preguntó por ella en Majagual, a donde llegó con plata prestada de sus amigos, nunca le dieron razón alguna de aquella mujer. Desesperado por no poder continuar la búsqueda por falta de dinero, decidió cruzar todos los límites. Sin el conocimiento de sus padres, puso en venta la pequeña parcela donde el señor Emil cultivaba arroz y rápidamente halló comprador. Las escrituras que su padre conservaba en un viejo baúl sin candado en el único cuarto de la casa y que habían sido una donación del Presidente de la República, pasaron a manos de alguien apellido Carriazo que le dio a cambio $4.000.000. Ni siquiera se detuvo a preguntarse qué sería de sus padres, sino que tomó el dinero y se largó para siempre de Palmarito.

Pablo se levantó del sillón que adornaba el salón comedor y se dirigió con su cigarrillo encendido hasta el mirador de su apartamento, en el piso 14 de la Torre F, en pleno centro de Sincelejo. Se quedó allí observando desde su posición privilegiada todas las luces de la ciudad, allí a sus pies, la misma a la que había llegado hacía tantos años y donde tuvo que hacer de todo para sobrevivir. Lo había logrado, con éxito, ahora tenía poder, posición y hasta dinero, pero aquel poder era transitorio y efímero, sabía con quien se había metido y que un error lo sacaría de la jugada para siempre.

Había arrojado el filtro del cigarro al vacío, cuando escuchó el sonido de la cerradura en su puerta. Ni siquiera se movió, sólo había una persona que tenía llaves de su apartamento y era precisamente la persona que estaba esperando.

-¿Qué haces acá afuera?- preguntó Eloisa Saenz, ubicándose a su lado, en el mirador.

-Pensando.

-Toño quiere verte.

-Yo no lo quiero ver a él.

-Pablo, esto no es opcional. Tiene instrucciones claras de Palmira.

-¿Con que excusa te escapaste de su casa?

-Fui a hacer mercado. Enciende el teléfono.

-No, no quiero escuchar a tu marido, el cachón, diciéndome lo que tengo que hacer. Estoy manejando bien la situación.

-Lo sé, pero tienes que responder ante Palmira y Toño es el conducto regular.

-Ya me entenderé directamente con Pamira- dijo Pablo Emilio sin mirar a Eloisa.

-Pablo, es por tu bien- dijo ella tocando su rostro con cariño.

-¿Me amas?- preguntó él.

-¿Qué?

-Que si me amas… ¿No estás escuchando?

-Sí te estoy escuchando y no, no entiendo por qué me estás haciendo estas preguntas precisamente ahora.

-Quiero saber que estás dispuesta a hacer por mí.

-Pablo, yo…

-O sea, nada… ¿todo fue sexo y ya?

-No, claro que no, yo…

-¡Entonces! ¿Qué estás dispuesta a hacer por mí, Eloisa?

-Estoy contigo Pablo, pero dime que al menos tienes un plan.

Pablo Emilio no alcanzó a responder. Un ruido chillón se había apoderado del apartamento. Un recado de Mensajería Instantánea había llegado a su tablet.

“Me dispongo a recoger el paquete en diez minutos.”

“Perfecto” respondió Pablo de inmediato “Aquí lo espero.”

Pablo tomó otro cigarrillo y lo encendió. Si todo salía como lo tenía planeado, no tendría de que preocuparse.

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-Buenas noches tortolitos… ¡miren lo que me acabo de encontrar!- dijo Juancho Pedroza encendiendo las luces de su estudio, donde su hijo estaba dándose un apasionado beso con una de sus amigas- ¿Era esto lo que estaban buscando?

-Papi…- fue lo único que salió de la boca de Alex sin saber por dónde empezar a explicar, si por la caja fuerte abierta, o por estar besándose con Karen en el piso, en medio de la oscuridad.

-¡Sabemos lo que está haciendo!- dijo Karen dando un paso adelante, y poniendo el balón en el campo de juego de Juancho- ¡Usted sabe quien puso las bombas en la universidad y lo está ocultando!

-¿De verdad? ¿Y cómo sabes eso muchachita? ¿No deberías estar en tu casa, en lugar de estar en la calle a esta hora, besuqueándote con mi hijo?

-No cambie la conversación ¿cómo sabe que estábamos buscando esa tarjeta?

-Bueno, he estado aquí desde hace un rato,

-¿¡Qué!?- preguntó Alex agitando- ¿Nos estabas espiando?

-No, ustedes me están espiando a mí, abriendo mi caja fuerte y husmeando en mis cosas. Yo entré aquí, donde se supone sólo yo tengo acceso y pues, escuché todo. Al parecer estaban muy distraídos.

-Las luces, yo… – empezó a decir Alex, pero su padre lo interrumpió.

-Me pareció demasiado raro encontrar la casa a oscuras, como si alguien estuviera ocultado algo- dijo Juancho con una sonrisa burlona en su cara.

-¿Por qué quiere ocultar lo que pasó en la Universidad?- preguntó Karen indignada.

-¿A ti quien te dijo que yo quiero ocultar nada, muchachita? ¿Quiénes están detrás de todo esto? ¿Quién les dijo que yo tenía la tarjeta de memoria en mi poder?

-Eso no es importante ahora- respondió Karen- lo importante es que un inocente está pagando por algo que no hizo.

-Le tienes mucha fe a ese muchacho tan inocente como dices. ¿Cómo sabes que Kike Narváez no es el responsable de lo que ocurrió en la universidad? Te sorprendería saber lo que yo sé de él.

-Yo confío en Kike- dijo ella.

Juancho alcanzó a notar el gesto de rabia en los ojos de su hijo por una fracción de segundo.

-¿Acaso tienes algo con él?- preguntó Juancho.

-Claro que no, sólo quiero hacer justicia.

-¿Y tu Alex? ¿También quieres hacer justicia?

-Quiero saber por qué tú, que tanto hablas de corrupción y justicia estás haciendo esto, papi.

-No tengo por qué justificarme con dos muchachitos inmaduros que tienen que refugiarse en la oscuridad para poder expresar lo que sienten- dijo Juancho intentando dejar la habitación. Karen corrió hacia él y lo sujeto del brazo.

-Por favor, ayúdenos. Sólo queremos hacer las cosas bien.

-Papi, por favor. No me digas que vas a dejar que te compren.

-No es lo que tú píensas, Alex.

-¿Entonces qué es?

-No lo entenderías.

-¿Por qué crees que soy tan estúpido de no entender nada, papi? ¿Ah? ¿Por qué me tratas así?

Solo cuando Alex se enfrentó a su padre, Karen comprendió lo que su amigo le había querido decir hacía un rato con aquello de “lo hago por mi padre”. Juancho Pedroza se había quedado en silencio, inmóvil tras escuchar las palabras de su hijo.

-Por lo menos di algo, papi.

-Está bien. Les voy a explicar, pero quiero que queden dos cosas en claro, uno, yo no me estoy vendiendo y dos, este video lo tengo que entregar en menos de quince minutos.

-Pero…- iba a decir Karen, justo en el momento en que las luces de un automóvil las cortinas del estudio.

-Sólo confíen en mi ¿está bien?- dijo Juancho Pedroza- ¡Ya están aquí!

Capítulo 8.

Aceleró casi sin darse cuenta. Juancho Pedroza estaba tan distraído pensando en las pocas opciones que le había dado Pablo Emilio Santís, que apenas tuvo tiempo de frenar antes de chocar con una motocicleta que se había detenido justo delante de él.

-¿Qué? ¿Es qué no ves?- preguntó el muchacho de la motocicleta cuando Juancho lo rebasó.

No, no lo había visto porque tenía la cabeza puesta en otro lado tan distante que estaba desconectado de su vista, de su tacto y de todos sus sentidos.

Pablo Emilio Santís lo había invitado a almorzar aquella tarde en el exclusivo restaurante del Hotel Milán, casi en las afueras de Sincelejo. Lo encontró sentado en una mesa sencilla de dos puestos, justo al lado de una ventana enorme con vista a la llanura del Morrosquillo. Desde aquel lugar en los días más despejados era posible ver una línea plateada que señalaba el horizonte donde terminaba la tierra firme y empezaba el Mar Caribe.

Tenía un par de rasguños y moretones en el rostro, pero para haber estado en medio de un atentado que incluyó no una, sino dos explosiones se veía muy bien, perfectamente puesto, como en todas las ocasiones en que Juancho Pedroza llegó a toparse con él en las álgidas y renegridas reuniones de la política sucreña.

Pablo Emilio Santís había salido de la nada. Se rumoraba que era de algún pueblo perdido de la Depresión Momposina, que había escapado de allí luego de haber sido sorprendido por un esposo celoso en la cama de su mujer, que se había radicado en Sincelejo donde trabajó por mucho tiempo como scort, acostándose con las mujeres más ricas y feas de Sincelejo, hasta que conoció a Eloisa Saenz, aprendiz número uno del Senador Rogelio Palmira, el político más corrupto de Sucre y toda la región Caribe, preso por sus vínculos demasiado evidentes con los grupos de autodefensa.

Por supuesto, todo aquél pasado oscuro que le achacaban a Santís estaba en la fina línea entre lo real y lo imaginario y lo único que Pedroza podía confirmar con toda seguridad era que su ascenso había sido meteórico. En menos de 5 años había terminado su carrera de abogado, de la mano de los asesores más oscuros de Rogelio Palmira y cuando murió el rector de la Universidad de Sucre en sospechosas circunstancias, Santís había saltado como uno de los candidatos fuertes. El reglamento de la universidad exigía un grado de magíster para los candidatos a rector, pero evidentemente Santís sabía lo que hacía. En el alegato que presentó ante el concejo directivo con opción de copia al tribunal departamental, manifestaba que el reglamento no especificaba en que etapa de la maestría debía estar. Así que con apenas la inscripción en una universidad privada de Barranquilla, logró colarse dentro del grupo de candidatos y tal como se esperaba, le ganó a todos los demás con 4 votos a 1. El único voto que perdió fue el del representante de los estudiantes, Kike Narvaez.

Juancho se había sentado en la silla disponible en la mesa donde Pablo Emilio Santís degustaba un vaso de whisky en las rocas.

-Gracias por venir tan rápido.

-Pues, ¿qué te digo? Hablar con el nuevo rector de la Universidad de Sucre, luego de presenciar un atentado terrorista en su centro educativo… no es algo que yo dejaría pasar así como así.

-Precisamente de eso quería hablar contigo…

-¿En qué te puedo ayudar, señor Rector?

-Más bien, soy yo el que te puedo ayudar, Juancho. Tengo conocimiento que tu hijo es estudiante de la Universidad y que estuvo presente en el momento del atentado.

-Así es, Alex quiso quedarse aquí en Sincelejo y estudiar en una universidad exigente, afortunadamente está perfectamente. Hace un rato hable con él. Son buenas noticias.

-Pues yo te tengo noticias aún mejores. Alex acaba de ganar una beca completa para una maestría, patrocinada por la Universidad de Sucre, en la mejor universidad de los Estados Unidos. 3 años, todos los gastos cubiertos y sin ningún compromiso de su parte.

-Supongo que esa beca está condicionada ¿no es verdad?

-Digamos que es un pequeño intercambio de favores.

-¿Y cuál sería el “favor” que tendría que hacerte?

-Conociendo al montón de gente arribista que vive en Sincelejo, no tardarán en aparecer pruebas, videos, fotos, de lo sucedido esta mañana en la Universidad. Lo que necesito es que pongas un precio muy alto para esas pruebas y que todas me las hagas llegar a mí.

-¿Tú tuviste algo que ver en lo que pasó?

-Todo lo contrario, mi estimado Juancho, lo que quiero es encargarme yo mismo de los desgraciados que me hicieron esto.

-Ya tienen a Kike Narvaez en custodia.

-No estoy seguro que haya sido él, y en todo caso si lo fue, estoy seguro que no actuó sólo. Pero como te digo, esto ahora es mi problema. ¿Tenemos un acuerdo, Juancho?

Juancho había asentido con la cabeza, sellando el trato. De allí en adelante se comunicarían por correo electrónico. Pedroza pensó que sería directamente con Santís, pero el que se comunicó toda la tarde con él, se firmaba sencillamente como “JD”. Cuando vio que el novato amanerado de Freddy Gaviria tenía en sus manos la prueba más importante de lo sucedido en el atentado vio su oportunidad.

“Entrégame el video en “El Sol”, frente a la gobernación, 11 de la noche.”

Había asegurado muy bien la tarjeta de memoria en la caja fuerte de su casa. Vio el reloj en el tablero del automóvil. 9:30 de la noche, tenía tiempo de ir a comer algo primero antes de empezar a ejecutar su plan.

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-Es por aquí- dijo Alex señalando el camino hasta la habitación que su padre utilizaba como estudio en el primer piso de la casa.

Karen lo siguió casi a tientas. Alex había apagado todas las luces y la oscuridad en aquel pasillo casi se podía tocar con las manos. En caso de que alguien llegara a la casa, el primer instinto que tendría sería encender alguna de las luces y ambos tendrían tiempo de reaccionar.

-Mi papá siempre deja una copia por aquí- dijo Alex, sin que Karen supiera a ciencia cierta dónde quedaba ese “por aquí”, al que su amigo hacía referencia- Aquí están.

El sonido tintineante de las llaves fue un alivio, no tanto porque fuera un paso necesario para el éxito de su descabellada misión, sino porque le permitía precisar la ubicación de Alex en la penumbra.

-Ahora sí, enciende tu celular- le dijo él en voz baja.

Karen rápidamente tomó su celular y presionó el botón que activaba la pantalla. Estaban frente a una puerta doble, con picaportes en forma de cabeza de león, que brillaban con una especie de fulgor plateado. Alex tomó una de las llaves y la encajó en una de las cerraduras. La puerta se abrió lentamente, como en una película de terror.

-Ven, entra- le dijo él.

Karen cerró la puerta con cuidado y con el celular en la mano empezó a iluminar el lugar. Los dos muros laterales estaban cubiertos por anaqueles que se extendía desde el piso hasta el techo, repletos de libros. En la pared opuesta a la puerta, una ventana decorada por una cortina y en medio un escritorio en forma de ele con un silla giratoria justo detrás.

-Parece de novela- dijo Karen, pero Alex no le prestó atención.

El muchacho se había dirigido hasta uno de los anaqueles.

-Ven, Karen, alumbra aquí, que no veo nada- dijo él.

Alex tomó uno de los compartimentos del anaquel con las dos manos. El compartimento se inclinó hacia adelante y luego Alex lo corrió a un lado, dejando ver una pequeña caja metálica con un teclado numérico sobre su puerta.

-¿Te sabes la clave?- preguntó Karen.

-No – dijo Alex- pero mi papá es muy predecible.

Alex marcó 6 números y tiró de la pequeña palanca que abría la caja. Nada.

-No puede ser

-¿Qué pasó?

-Juraba que la clave sería su fecha de cumpleaños.

-Tal vez la fecha de cumpleaños de tus hermanas o la tuya.

-No, vamos a probar con esta.

Alex marcó nuevamente seis números y tiró de la palanca. Abrió sin ningún problema.

Voilá.

-¿Cuál? ¿Cuál era la clave?

-La fecha de inauguración de “El Manifiesto”.

Alex abrió por completo la caja fuerte. Dentro había una pila de documentos, varios paquetes de dólares y otros más con pesos. Karen acercó la pantalla de su celular para poder ver bien. Alex empezó a remover con cuidado los papeles, y los mazos de billetes, pero al parecer su padre no los había organizado con cuidado, sino que los había apretujado. Tuvo que contener con una mano el contenido de la caja mientras buscaba con la otra, pero cuando vio la pequeña tarjeta SD, perdió la coordinación y los papeles y los mazos de billetes cayeron al piso.

-¡Alex!- chilló Karen, al escuchar semejante ruido.

-Ven ayúdame a levantar esto, tenemos que encontrar la tarjeta.

Karen, con la delicadez natural de las mujeres, tomo los papeles y los organizó con cuidado dentro de la caja, luego ubicó los mazos, primero los dólares y luego los pesos. Sobró espacio.

-¿La encontraste?- preguntó Alex.

-¿La tarjeta? No, no la he visto.

-Maldita sea, ayúdame a encontrarla. Alumbra por acá.

Karen se arrodilló sobre la alfombra del estudio y empezó a iluminar el espacio donde Alex buscaba impaciente.

-¿Estás segura que no la volviste a meter a la caja?

-Segurísima, todo lo revisé antes de meterlo.

-Debe estar por aquí.

Alex palpaba la alfombra con cierto desespero. Definitivamente no era el mejor momento para hablar de aquello, pero era el momento en que ella había encontrado el coraje suficiente.

-Alex.

-¿Qué pasó?- dijo él concentrado en el piso, sin prestarle atención a Karen.

-¿Por qué estás haciendo esto?

-¿Por qué estoy haciendo qué?

-¿Por qué me estás ayudando? Me imaginé que no tendrías intención de ayudar a Kike Narvaez.

Alex detuvo la búsqueda. Se sentó  sobre la alfombra, meditabundo.

-No hago esto por Kike Narvaez, Karen, lo hago por ti, por mi papá y por qué es lo justo. ¿Tú por qué lo haces?

-Quiero ayudar a Kike, pero no quiero perderte a ti Alex.

-Tú nunca podrías perderme, Karen- dijo Alex tomándola de la mano- ¿Cómo es que no te das cuenta?

Karen se acercó peligrosamente a Alex, dejando caer su teléfono celular, para acariciar su rostro.

-Sólo me doy cuenta que no te imagino fuera de mi vida, Alex. Eres tan importante para mí.

La luz del celular se extinguió y Karen sintió los labios de Alex presionando los suyos. Y de pronto fue como si escuchara una canción en su cabeza, una canción que había escuchado en algún lugar, sin poder precisar en donde. Una balada.

Crash me to the ground,

Silent and way sound,

Under my own fear.

And I

I didn’t see the signs that were around

and why?

My time was borrowed time

Where were the signs?

Descending life,

Torn to the skies,

Passing by the memories and you and I pretending.

Descending now,

Lights fading down…

Pero la canción se interrumpió de pronto. Alguien había encendido la luz del estudio. Ambos se levantaron del piso para ver a Juancho Pedroza con una pequeña tarjeta de color negro en la mano.

-Buenas noches tortolitos… ¡miren lo que me acabo de encontrar!